Desde oriente llegaban a la Península numerosos objetos, pero en su mayoría no eran meros utensilios, eran, además, elementos de lujo que denotaban la supremacía de un pequeño grupo de personas sobre el resto de la población. Eran la élite, los señores del poblado. Por eso, a su muerte, decidían ser enterrados con esos objetos especiales que les hacían Señores. Esa unión de los objetos de lujo con la muerte llevaba consigo un ritual, una creencia en un mundo mitológico que, en muchos casos, también trajeron consigo los comerciantes fenicios y que fue adoptado y adaptado por los indígenas de la Península.
De ahí es normal que encontremos amuletos o recipientes procedentes de oriente y, en concreto, de Egipto.
De todos los objetos encontrados, el más llamativo para el equipo de arqueólogos ha sido una cantimplora de fayenza del Nilo del tipo Año Nuevo realizada a molde bivalvo. Sobre el cuello se desarrolla una decoración de flor de loto a modo de capitel nilótico que puede relacionarse con la columnita-uadye, amuleto que simboliza la eterna juventud y que se colgaba en el cuello del difunto para asegurar su resurrección. Como asas tiene dos simios sedentes, con los codos apoyados en las rodillas y las manos en la cara. El simio, animal sagrado del dios Tot, representa el paso del tiempo que es regido por este dios. En las bandas laterales tiene dos cartelas con escritura jeroglífica alusivas a los dioses Ptah y Neit, relacionados con la creación, el Año Nuevo y la Inundación, que tenía lugar precisamente en el comienzo del Año Nuevo en Egipto, en torno al día 20 de julio. Este tipo de cantimploras contenían agua del comienzo de la crecida del Nilo, que tenía atribuidas toda clase de virtudes, entre ellas la regeneración de la vida y el renacimiento de la misma incluso en el Más Allá .
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