La familia inventada, una infancia oxidada.
Trozos de metal que se resquebrajan en hileras y cortan el viento al pasar.
Se me clava esa espina en la garganta.
Dominio de su alma inocente.
"Soy el rey del mundo" grita.
Desconsoladamente.
Circunstancias que le hicieron perder,
personas que le hicieron caer,
Sueños que quiso rehacer pero que el mundo destruyó para siempre.
"Adelante Bonaparte" le digo, pero no me oye, "¡Adelante Bonaparte!"
Se sume en su tristeza y la mece en la estrecha locura de una mente infantil en un cuerpo de adulto.
Camicace nauseabundo, esa soledad que te corroe.
"Adelante Bonaparte", pero ya no escucha, no puede desde tan lejos.
La sangre retumba en sus oídos y miles de imágenes se aparecen ante él.
Llora, pero sin pestañear si quiera, no vaya a perderse ese espectáculo.
De pronto, todo se apaga, se vuelve oscuro.
Solo una sutil llama, en medio de la sala, se deja consolar entre sus manos.
Un atisbo de esperanza se dibuja en su mirada.
Debo intentarlo, por si acaso me oye: "Adelante Bonaparte" le grito, ¡Adelante Bonaparte!
Y entonces reacciona y se da cuenta. Sus cordoneras desatadas en el suelo dibujan un difuso cúmulo de líneas curvas.
Se las ata itso facto, colocando la llama sobre el frío suelo, y aún así, no se apaga.
Ha dejado de llorar.
Me sonríe desde el fondo de la habitación y aunque todo esta oscuro y apenas puedo ver las sombras de su rostro, la vela alimenta su luz para que pueda observar, a lo lejos, su sonrisa inocente, aún algo turbia, pero a la vez reconfortada.
