Érase una vez un planeta llamado tierra. Al principio de los tiempos la tierra era un lugar verdaderamente hermoso para vivir, en ella habitaban numerosas y todas sin excepción convivían en paz y en total plenitud.
En aquellos tiempos la tierra sonreía. Las cascadas cantaban ruidosas mientras su agua se precipitaba por las enormes rocas, los pájaros piaban y su música se acoplaba con el sordo silbido del viento, las flores se movían al compás de la brisa que las mecía suavemente y el ser humano era dichoso, no necesitaba nada más, era feliz.
Aquellos tiempos no duraron eternamente. Un día, la tierra cambió y todo lo que había sido tan hermoso se vio turbado por un manto de oscuridad y una atmosfera grisácea invadió el aire.
Las personas al darse cuenta del cambio se pusieron a buscar la causa del mismo y para su sorpresa encontraron a un hombre, una persona aparentemente como ellos pero con algo diferente, vestía un traje negro, aparentemente muy caro, y un sombrero de copa. Su rostro pálido y su piel mortecina le hacía parecer un cadáver en vida, sin embargo, sus ojos brillaban chispeantes con un color rojizo, tenía una mirada torva. Al sonreír dejaba entrever unos dientes blanquísimos y afilados. Era una imagen realmente macabra.
Los hombres, al verle se asustaron, pero él consiguió ganarse su confianza ofreciéndoles tener todo lo que quisieran, tan solo debían hacer una cosa: ayudarle a construir un artefacto, algo les proporcionaría sus más ansiados deseos.
Ellos al principio dudaron de aquel hombre pero al final accedieron a ayudarle en su empresa. Al poco tiempo el artefacto estaba construido. Era una gran torre de aspecto terrorífico, recubierta por piedra grisácea y en su interior rugían los chirriantes gritos del los engranajes.
El hombre les dijo: -“con este artefacto podréis fabricar cualquier cosa que queráis, cualquiera, solo tenéis que poneros ante la puerta y pensar con fuerza en aquella cosa que deseéis más que nada”-.
El jefe de todos ellos fue el primero en probar, se plantó ante la imponente puerta y deseó con todas sus fuerzas una enorme y majestuosa casa; al instante en lo alto de una colina cercana apareció su deseo, una preciosa casa de tres pisos. A partir de ahí todos quisieron probar y todos pidieron todos los deseos que quisieron, que casualidad que todos los deseos que pidieron fueron de tipo material…
Todo era maravilloso, todos tenían lo que querían, eran realmente felices, pero había algo que fallaba. En lo alto de la gran torre, por encima de las nubes grisáceas que atisbaban a los mortales, crecía una columna de humo ennegrecido que poco a poco iba destruyendo a su paso cualquier rastro de vida que encontraba, los árboles estaban desapareciendo, las flores se estaban pudriendo y las cascadas empezaban a secarse y todo por la avaricia ciega de los humanos.
El hombre de la mirada siniestra ya no estaba, una vez terminada la maquina se había marchado, y ya no había nadie que pudiera salvar a los humanos, al destruir la naturaleza se habían sentenciado a muerte todos ellos.
Un día, una niña, la más traviesa de todas las del poblado, decidió ir a ver que ocurría en aquella maquina, en su interior… Una noche, salió a hurtadillas de su casa y fue hacía la gran torre grisácea, con astucia consiguió abrir la cerradura de la puerta y atravesó el oscuro umbral. Había muy poca luz, solo una antorcha pendía de una pared y se dispuso a cogerla. Había una sala pequeña y lúgubre y una escalera que subía hacia arriba. No se lo pensó y subió a través de ella, cada vez subía más y mas alto, hasta que llegó al último escalón y avistó una trampilla que llevaba a la azotea de la torre. Salió y la luz de la luna le acarició el rostro dulcemente, pero su voz se ahogó en un grito profundo que hizo retumbar su corazón cuando se dio cuenta de la figura negra que surgía ante ella: un chorro de humo salía de un gigantesco tubo en un lado de la azotea. Se acercó un poco y tubo que alejarse, un olor a muerte invadía esa parte de la azotea.
La niña salió corriendo de la torre y fue a avisar al jefe, pero éste estaba disfrutando de su nueva casa y no le hizo caso alguno, luego fue a avisar a su padre pero también estaba demasiado ocupado, y así sucesivamente, la niña no encontró a nadie que la escuchara y tuvo que darse por vencida, se fue a un rincón de hierba muerta y flores podridas y lloró amargamente. Estaban destruyendo el mundo maravilloso donde ella había crecido, el mundo que ella amaba, su mundo…
Su llanto era tan doloroso que Dios se apiadó de ella al avistarla desde el cielo grisáceo y entonces, cuando una de las lágrimas de la niña cayó sobre una de las flores muertas que habían a su alrededor la noche se llenó de luz y el cielo negro se volvió luminoso, la luz de aquella lágrima inundó el mundo y todos los hombres despertaron, abrieron los ojos y vieron que su avaricia había estado apunto de destruir lo que más querían, su mundo, su apreciado planeta.
El final de la historia cuenta como todos unidos derrotaron el poder de la torre gris y la destruyeron para siempre, pero eso no es lo más importante, lo más importante es que sigamos el ejemplo de aquella niña, que abramos los ojos, que aunque lo olvidamos a veces, amamos nuestro planeta y que sin árboles, agua o el mismo sol nosotros no existimos. Yo pienso poner una de mis lágrimas para resucitar mi planeta, ¿y tú?, ¿Estas dispuesto a poner tu lágrima mágica y a salvar tu mundo?, créeme, merece la pena.