domingo, 27 de noviembre de 2011

Soñé

Soñé con un pasillo oscuro.
Con el vagón de un tren,
a media luz.

Soñé con caricias en mis sábanas
que auguraban una noche en vela,
muy distinta a las demás, 
mucho menos ingenua.  

Soñé con cómo sería de mayor.
Las gentes, 
las nuevas caras,
nuevas aceras, 
nuevas miradas,
viejo dolor,
falto de esperanza.

Soñé con los ratos buenos y malos 
que iba a tener.
Con las razones que me llevan
a ser lo que seré.

Soñé con los gatos desamparados,
de las calles de Nueva York.
Con todas las perras en celo,
todos los hombres jugaban a ser Dios.

Soñé con niños jugando en vertederos,
maquinaria obsoleta en cada habitación,
mortajas que olían a canela,
peligros que hoy, aún no lo son.

Soñé con bocas vacías,
con parejas sin amor,
infancias de horas perdidas,

el dolor sin corazón.


Aún no sé si he despertado. 
Sigo viendo algo muy similar.
Otras caras, otros lugares,
pero la misma crueldad.

Magia



Carne ardiendo entre las sábanas.
Saliva que sobre mis poros
 se derrama.

Magia:
Así es como esto se llama.

Sonidos en la penumbra
que narran este placer.
Arrugas tengo en la mirada,
arrugas de tanto mirarte.

Magia:
Esa es mi forma de amarte.

Y con sangre en los costados
de que me agarres.
Rabia en los labios,
mientras me lo haces.

Magia:
Lo que hace posible que esto pase. 

lunes, 21 de noviembre de 2011

20 de Noviembre - Refexión

Me gusta verme saltar y agarrar las farolas como si fuera mi última noche.

Como si el resto de mi vida fuera a ser una mañana eterna. 


Me gusta oírme gritar en la montaña solo por sentir que estoy un poco menos sola cuando Eco  


me contesta...


lunes, 7 de noviembre de 2011

"Impotencia "

Subió el gran muro granate que nos separaba de la magia. 
Subió el telón y con él nuestra nostalgia. 
Empezamos a ver una sucesión de escenas que me recordaron a nuestra vida. 
A momentos que ni siquiera había creído que existían pero, ahí habían estado, tantísimo tiempo atrás.
Nos mirábamos constantemente, sin sonreír, aunque... Sabía exactamente lo que querías decir.
Aquellas imágenes eran como fotografías de nosotros mismos.
Empezaste a llorar de una forma tan sutil, que pensé que tus lágrimas no eran de verdad, que eran como las de aquellos que danzaban encima del escenario a media luz.
Un nudo en la garganta me hizo ahogarme un poco más.
De nuevo, no sabía que hacer.
Aquello me recordaba tanto a nosotros...
Habíamos sido mágicos, pero nuestra aparición estelar parecía haber quedado ya demasiado atrás. Lo bastante como para no volver a aparecer en un teatro.
En uno como aquel, con tanta gente mirando, conociendo nuestro ayer.
Parecía una broma absurda y torva del destino.
 La función iba sobre nosotros, sobre nuestra historia. 
No podía creerlo.
Cada palabra que despedían los actores resonaba en mi cabeza como un fantasma.
Se me clavaba por dentro.
Una lágrima hirviendo resbaló por mis mejillas. Casi me hacía daño. 
Mi respiración se entrecortaba por momentos. 
La ansiedad se estaba apoderando de mí. 
De repente te levantaste de la butaca.
No sé que estabas pensando, pero corriste al escenario. No dejaba de temblar. 
Estaba aterrorizada. El no saber que pasaría en aquel momento me consumió por completo, llegando incluso a marearme. 
Saliste a escena con las lágrimas aún en los ojos, pero para mi sorpresa, los actores ni se inmutaron. 
Gritabas cosas sin sentido y yo seguía ahí, ahogándome en mi butaca, queriendo levantarme y salir corriendo de aquel teatro, pero no podía... Mis manos, mis piernas, mi cuerpo, no me respondía. 
Respirar se volvió entonces más difícil. 
Crispada no dejaba de intentar moverme pero era inútil.
 Algo me agarraba, me sujetaba, aunque no pudiera verlo. Una fuerza inexplicable. 
Solo me quedó gritar. 
No pude contenerme más y estallé, pero de mis labios no salió más que un inútil vaho que murió al instante de salir de mi boca reseca. 
Tampoco podía gritar. ¿Qué estaba ocurriendo? 
Entonces fue cuando vi aparecer a aquella mujer, en el escenario.
 Era más guapa que todas las demás. 
No iba vestida de negro como el resto.
 Llevaba un largo vestido rojo y su pelo castaño caía en cascada por su espalda ...
Su escote que no te dejó indiferente.
 Sonreíste al verla y ella, sin mirarte, clavó sus ojos verdosos y crueles en los míos, donde solo podía verse impotencia. 
De repente ya no llorabas. Habías agarrado a la mujer de su cintura mientras ella se había enroscado a ti como una serpiente, empezando a deslizar sus labios por tu cuello, mirándome de reojo. 
No podía mirar, pero algo me hacía no apartar la vista de aquella escena. 
El maldito público seguía expectante ante la situación como si se tratara de parte de la escena, pero yo sabía que aquello no era parte de ningún guión.
 No lo entendía. 
No se movían. 
Nadie me miraba ni me ayudaba en mi incapacidad de moverme, de articular palabra. 
Empezaste a bajar tus labios hacia su escote, que previamente habías desabotonado dejando ver su hermoso pecho al resto de los espectadores.
 No dejasteis de mirarme ni un segundo. 
Notaba como mis fuerzas se agotaban. 
Ya no intentaba moverme, porque sabía que no podía, y apenas podía respirar.
 Las imágenes se distorsionaron de repente y solo pude ver manchas oscuras que se cernían sobre mí, notando como un sudor frío me empapaba por completo. 
Sus ojos verdes y brillantes como dos antorchas entre toda aquella oscuridad fue lo último que acierto a recordar...
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Desperté. Los ojos verdes no estaban allí, ni tampoco el vestido rojo, ni siquiera él. Estaba sola en la cama. La almohada embebida en sudor y mis cabellos alborotados caían traviesos por mi frente. 
Tenía miedo de moverme o de hablar por si aquella fuerza extraña aún hacía de las suyas...
El haberte perdido tan de repente había hecho estragos en mis neuronas.
Las pesadillas no me habían abandonado y mi obsesión por tí sacaba a la luz mis más oscuros sueños.
El hueco vacío a mi lado me hizo regresar y ver que había vuelto a soñarte con aquella mujer que te había arrebatado de mi lado. Pero si aquella era la única forma de poder observarte de nuevo, quería volver a soñar que estaba en aquel teatro, que me ahogaba al verte correr hacia el escenario, al verte alejándote de mi lado, a notar que no podía hablar ni moverme, que era inútil intentar que volvieras, a empezar lo que habíamos acabado.
Me di la vuelta, mirando a la pared, y me dispuse a volver a dormir, a volver a aquel teatro, donde cada noche te perdía... Entre sus brazos.


                        


jueves, 3 de noviembre de 2011

No me intimidas...





No me intimidas. 
Tus ojos marrones te delatan a más de mil kilómetros de distancia,
allá en tu perdida Irlanda. Símbolo de lo que eres ahora.
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Y aunque es cierto que yo nunca he sabido venderme bien,
 tú tampoco lo has querido. 
Prefieres jugar al azar y hacer que todo esto sea el descuido de aquel maldito hado, 
del réprobo destino.
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Hazte el loco,
 que me encanta saber que estás obsesionado por mostrar lo que es como si no lo fuera.  
Estás muerto de miedo. Eso también me gusta. 
Temblemos, pues. 
Que al final terminaremos dándonos calor para dejar de tiritar y tú lo sabes. 
Porque el frío no es solo hielo, también se llama ausencia, incertidumbre y duda.
Y las mías, insomnio constante, son el doble de las tuyas.
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La mala vida que me das te la cobraré algún día en noches para quedarme dormida en tus sueños,
sombras para asegurarme de que soy la única de tus fantasías.
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No me intimidas. 
Solo me intimida el miedo a estorbarte un día de éstos, 
en los que la conversación se vuelva insípida 
y los besos estén de más.
A que tus palabras no resuenen en mis sienes
 como recién clavadas desde tu boca, 
porque se te haya olvidado nuestro amasijo de secretos inconexos,
aquello que inventamos para poder hablarnos,
siendo almas recíprocas,
 con nuestra lengua oficial.
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Me da miedo que olvides que soy tu salida de emergencia ante un inminente apagón. 
Qué no te gusten las magnolias.
 Ellas son muy exigentes y aman el misterio.
 Son tan tercas como yo.
Se parecen a nosotros esperando nuestro tren.
A ver si pasa.
Pero el andén está inundado.
 Aún no se puede atravesar.
 No tropieces con sus charcos que caeremos  a la vía.
Estoy segura que el revisor mirará celoso mi billete.
 Quizá para entonces ya lo habré perdido y no me deje volver a subir.  
Cogeré el próximo tren sola,
 pero entonces no tendrá sentido
y será cuando te grite que
 yo solo quería viajar metida en tu chaqueta,
 escondida en un bolsillo,
 camuflada en tu cartera,
 junto a mi foto carné que desde el principio fue tuya.
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No quiero adelantarme al desastre. 
Fuera fantasmas. 
Soñaré con un buen viaje,
 muy falto de despedidas.
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Esperemos en un banco y así
 juego a sostenerte la mirada, 
aunque sea un rato, 
el más corto de mi vida,
lo necesario
para que seas consciente
de que no me intimidas...



 

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