Odio.
Odias.
Odia.
Odiáis.
Odiamos
Odian
Nunca creí sentir el helado témpano del odio descarnando mi piel.
Oír como arrastraba su agudo filo por cada uno de mis poros y mis ojos henchidos de ira parecían dos fuegos apagados y crueles abismos.
Algo oscuro se ha introducido dentro de mí.
Tengo miedo.
Tengo miedo de no actuar de forma fría y racional y que el odio me gane.
Tengo miedo de odiarte.
Más aún de hacerlo para siempre.
Con rencor profundo, con indiferencia, con un cierto hedor a muerte...
A venganza, a rabia.... A pestilencia amarga.
Esa sombra maldita me acompaña cada vez que oigo tu nombre o siento tu presencia cercana a mis sentidos.
No soporto oírte hablar.
He deseado cosas infames contra ti.
Y lo más preocupante es que no me arrepiento de nada.
Eres mala. Y los malos deben perecer. Pero me da miedo convertirme en mala yo también.
Solo quiero hacerte desaparecer. Eso, para mí es mi bien.
No quiero que te mueras, aunque en ocasiones lo deseo.
Solo quiero que te alejes.
Que tu mirada despreciable de asquerosa falsedad la guardes conmigo y no la vuelvas a sacar...
No. No aguantaré una vez más.
Tienes un problema. Se llama sinceridad.
Lástima que tu madre no te lo supiera enseñar.
Siento que tu vida vaya a ser un fracaso total,
pero, ahora, ahora es que da más que igual.
No merece la pena una amistad banal,
sin sentido,
sin motivo,
y por fin con un final.
Cierro el tema ya sin más,
con total sinceridad....
Y aquí va: No quiero volver a verte. Nunca más.
Ni siquiera para ti es algo difícil de entender, de adivinar.
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