miércoles, 8 de diciembre de 2010

El Sótano

                                
Lloraba. No podía evitarlo. Estaba absolutamente aterrorizada. La escena de hacía apenas una hora estaba viva en mi mente y me asaltaba de forma constante. Las paredes parecían temblar a mi alrededor y el frío era cada vez más intenso. LLevaba cuatro días allí. Había presenciado cuatro violaciones y cuatro asesinatos y todos cargados de una brutalidad tal que parecía increíble que fueran obra de un ser humano. 
Él parecía conocer cada una de las más íntimas debilidades de cada una de las mujeres que había asesinado. 
- Déjate de tonterías, llorar no sirve de nada estúpida, no le des el gusto a ese cabrón- Dijo con voz baja y lastimera. Sabía que si la oía sufiríamos las dos.
Con la mano envuelta en sangre, ya seca, me restregué los ojos y los entorné haciendo mucha presión en las sienes para evitar que las lágrimas siguieran resbalando por mis mejillas. Sentía dolor en las costillas y las heridas de la garganta me provocaban una gran sensación de asfixia. Me ardían. Notaba como la humedad de aquél sótano junto con el miedo penetraban en mis huesos y me hacían temblar, pero seríamos mas fuertes que él. No acabaríamos como las otras. No. Gritaría tan fuerte y me retorcería de tal forma que no podría hacerme más de lo que ya me había hecho. Y es que, a pesar del frío, de las pérdidas de sangre y del miedo, aún podía respirar y por tanto, aún me quedaba aliento suficiente como para enfrentarme a él. Lo miraría con los ojos llenos de ira, la misma con la que él había asesinado cruelmente a las otras chicas y, justo antes de que con su propio cuchillo le rajara la garganta, le sonreiría y descargaría todas mis fuerzas en él. Entonces, su sangre afloraría a borbotones y sus perdidos ojos me mirarían fríos y al segundo inertes, mientras yo, con el cuchillo aún en la mano, recubierto de su sangre, con una sonrisa torva aún dibujada en la cara, le escupiría, dándome la vuelta, a modo de despedida en su viaje al infierno.
El chirrido de la puerta del sótano me sacó de mis iracundos pensamientos. Allí estaba de nuevo, bajando las escaleras. El filo del cuchillo brilló a lo lejos. Estaba segura. Venía por mí. Pero lo que él no sabía es que yo, también iba a por él.

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